miércoles, 8 de abril de 2009

A quemarropa


Supe que me iban a disparar cuando oí aquel desagradable sonido del amartillar del arma a mi espalda. Cerré los ojos. “Me cago en mi vida”, fue lo que me salió.

Me volví despacio para mirar al que me estaba apuntando. Me sorprendió descubrir quién era. Sonreía a modo de disculpa el enano aquel, menudo hijoputa.

Yo le miraba a los ojos. Hubo un momento en que los nervios se fueron y me sentí fuerte y serena. “Por qué yo?”, le pregunté varias veces. “Esto es así”, me dijo. Ya, claro. Me tenía cogida por las pelotas pero bien. La vida es esto, nena.


Disparó.

Con la adrenalina a tope casi no me di cuenta.

Salí de allí no sé cómo.


Lo siguiente que recuerdo es estar sujetándome las tripas como podía, rodeada de compañeros que me miraban como si me estuviera muriendo. A lo mejor me estaba muriendo, eché un vistazo rápido abajo y vi mucha sangre, pero lo tapé con fuerza y no miré más, vaya asco. Me preguntaban que qué había pasado, cómo había sido... Aquello empezaba a doler, joder, dolía como un puto demonio, qué coño. Apenas tenía fuerzas para mantenerme en pie pero tampoco quería que vieran el alcance de mi herida; contesté como pude, me temblaban las piernas, tenía dificultad para respirar y las palabras se me hacían bolas de tiza en la lengua, no podía pensar con claridad, casi no era capaz de sostener sus miradas. Hubo un momento de silencio. “No me miréis. Largaos a vuestras casas, ya todo está hecho”, les espeté con los ojos en el suelo y de una forma bastante desagradable, la verdad sea dicha.


Tenía mucha sed. Al parecer es lo que tiene estar desangrándose.

Mis compañeros, en lugar de marcharse a sus casas, me cogieron y me llevaron a que me dieran de beber. Algunos quisieron abrazarme para aliviar el dolor, no sé si el suyo o el mío, quizá ambos, pero yo seguía sosteniendo mis tripas y mi sangre con una mano e iba a poner perdido al que me abrazara, así que tenía que decirles “Sólo dame dos besos, sin tocar”. Y allí estábamos, igual que en un velorio de los que se celebran en mi familia, en los que cada uno hace lo que le sale; había lágrimas, risas, silencio, incredulidad, alivio, contención. Yo reía tratando de ocultar el dolor hasta donde podía, y aunque sé que no engañé a nadie al menos esperaba contribuir a no hacerlo más infernal. Me pareció que algunos de los ojos que me rodeaban eran como la sangre de mis tripas, y eso era suficiente. Joder, qué trago.


Ya han pasado varios días. No sé de dónde he sacado las fuerzas para seguir adelante pero lo he hecho, y aquí estoy, exiliada y sin embargo esperanzada. Me estoy curando poco a poco, y aunque sospecho que me va a quedar una fea cicatriz allí donde se rompió este cuerpecito, no me importa porque me servirá para no olvidar. Ahora sé que puedo conservar lo importante y desechar lo demás, así que ya no lo veo tan difícil. Ya ha pasado todo, ya no es tan dramático como lo pinto. Esto es el comienzo, no el fin. Sólo tengo la duda de si empezar comiéndome una hamburguesa o con un poco de rock&roll. Ya veré.


Qué movidoteeeeee!

4 comentarios:

John Trombón dijo...

:*)

Miss Misi dijo...

;-)

Anónimo dijo...

Me ha encantado!!!

Miss Misi dijo...

Me alegro un montón. Espero leerte más por aquí, aunque lo hagas con identidad oculta :-)

Gracias,
Miss Misi.