
Desde hace un par de semanas por las cabezas de (casi) todos pasa de vez en cuando el asunto del accidente aéreo.
Te preguntas lo de siempre, por qué unos sí y otros no, y surgen las pajas metafísicas sobre el destino, el bien y el mal, el porque sí, y dios y los santos y el libre albedrío a propósito de cosas que pasan todos los días pero que de repente (por la cercanía, la familiaridad, el momento, la espectacularidad de la tragedia) se hacen más evidentes. Y en qué bando me tocaría estar a mí? Puede que haya gente que de verdad crea que se salvaría, pero yo, personalmente, apostaría a que no sobrevivo (vaya mierda de apuesta). Y no es por nada en especial, simplemente no creo que tuviera esa suerte (buena o mala, nunca se sabe qué es mejor; ya sabes: haber elegido muete).
Y, aparte, un inciso. Durante estas vacaciones he estado chequeándome y, mira tú por dónde, empiezo a sospechar que no soy la persona que yo creía. Menuda movida, eh?
Desayuno de hoy: café y barrita de pan con tomate.
Conversación durante el desayuno: desayunos preferidos, últimas películas vistas, compañías telefónicas y conexiones a internet.