viernes, 29 de febrero de 2008

Regresión


La huelga de autobuses me proporcionó ayer un maravilloso viaje que no esperaba.

Tenía que recorrer andando cinco paradas de autobús. Hacía un día de estos rarunos de primavera en pleno invierno, lo que me pone en modo buen humor casi automáticamente, así que iba yo tan contenta cuando pasé por delante de un parque. Los almendros/ciruelos (nunca sé qué son) estaban florecidos, y me acordé de cuando tenía 14 o 15 años e iba con mis amigos a pasar las tardes a un lugar parecido, a sentarnos en la hierba, alguien tocaba la guitarra, ni siquiera fumaba en aquel tiempo... Me dieron unas ganas enormes de entrar y quedarme allí a pasar la mañana, pero seguí caminando.

Por casualidad me miré los pies y vi que llevaba manoletinas; con la evocación del parque aún fresca me vino a la mente un recuerdo más antiguo, cuando mi tía nos llevaba a mi prima y a mí a los columpios, 11 años debía tener... Casi me pareció notar la lana de la falda escocesa y los calcetines cortitos. Estaba disfrutando de estas sensaciones cuando pasé por delante de un colegio; los gritos de los niños en el recreo y el olor que salía de las cocinas me golpearon de una manera increíble porque realmente me sentí en el cole con mis 10 años.
Sorprendida y algo aturdida por la fuerza de este recuerdo seguí adelante, pero aún quedaba la sorpresa final: el aroma de las arizónicas húmedas. De repente tenía 7 años, era domingo por la mañana y estaba en la sierra con mi familia; recordé claramente el sabor de los buñuelos de mi abuela, el olor a chimenea, el tacto de mi pijama, aquella musiquilla de fondo que ya se ha convertido en un clásico... Me acordé de cuando mis únicas obligaciones eran terminarme el desayuno, comprobar que no me había manchado (y mantenerlo) e irme a jugar. Lo paladeé durante un momento antes de que empezara a desvanecerse...

Desde el otro lado de la acera, levanté la vista y miré la gran fachada de mi oficina. Las sensaciones se fueron evaporando, poco a poco, y ya era grande otra vez...

Me hace sonreir el saber que hay una parte de mi infancia que nunca he soltado del todo.



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