
Estaba comiendo con mi familia, como cada día.
Comíamos judías pintas.
Pero ese día las comía muy despacio, porque no podía dejar de mirar la pantalla del televisor. Estaba hipnotizada con la bola de fuego y el humo que salía de aquella torre y con la voz telefónica de Ricardo Ortega retransmitiendo en directo desde el infierno, sin descanso, como una letanía. De repente, Matías Prats gritó: "La otra torre, Ricardo, la otra torre!".
Uf.
Qué pedazo de movida.